Armas – Revista Militar

GENERAL DE MIL NOVELAS

Por: Alberto Barranco Chavarría, Cronista de la Ciudad de México, Embajador de México ante la Santa Sede.

No es que Espiridión Cifuentes haya gritado “¡Presente!” en el pase de lista de la tropa. Tampoco que su expediente se haya perdido al fragor de la revolución, o algún bisnieto conservara una carta de su puño y letra. Pero es. ¿O qué, no hubo muchos mozos de hacienda atrapados por la leva y convertidos en “pelones”? ¿No hubo muchos “¿Juanes” sepultados en fosas comunes de escasa profundidad, tras sufrir el látigo de la dura disciplina porfirista?

Si el coronel de Gabriel García Márquez no tenía quien le escribiera, los soldados anónimos, los del montón, la carne de cañón, sí tenían quien escribiera sobre ellos. Al nombre, al grado, al batallón, se agregó el santo y seña y aún la contraseña frente al quién vive.

La magia es simple: Estar ahí. Convivir y aun compartir el sufrimiento y el fuego de la misma adrenalina. De Emilio Madero, hermano menor de don Francisco, al cuartel de Piedras Negras donde se levantaba Venustiano Carranza contra el usurpador. Del Cuartelazo de la Ciudadela al vía crucis de Tlaxcalantongo. De soldado a cabo, sargento segundo subteniente de caballería, capitán, coronel, general de brigada y general de división con pauta a secretario de Guerra y Marina y, en heroico colofón, de la Defensa Nacional.

FORJADO EN LA ESCUELA DE LA VIDA

Sembrada la semilla en el legendario Liceo Fournier de la Ciudad de México, el resto lo forjó la escuela de la vida. El genio de incorporar a trabajadores de minas al batallón de zapadores; el de crear la plataforma hacia el Colegio Militar con la academia del Estado Mayor, pero también la prisión militar de Santiago Tlatelolco, de donde se escapó mi general Francisco Villa, y el doloroso exilio. El militar que solicitó licencia absoluta al fragor de la traición huertista al presidente Francisco I Madero. El que caminó por la misma vereda que llevó al martirio al presidente Venustiano Carranza.

El agricultor nacido en San Pedro de las Colonias, Coahuila, el 4 de octubre de 1891, trocando 20 años después el arado por el fusil y colocando una pluma y un tintero en la cartuchera. El parte habla de 34 libros editados con 48 portadas de distinto nombre. A veces el realismo puro, estilo León Tolstoi o nuestro José Revueltas. A veces la bruma que va despejando la imaginación. A veces el relato seco, directo, sin recovecos. A veces la crónica puntual y amena sobre el encanto de personas y ciudades españolas. Su primer encuentro con las letras.

DE LA CIENCIA FICCIÓN A EPISODIOS TORALES

Francisco Luis Urquizo Benavides nace nadando en la ciencia ficción, incluida la aparición de extraterrestres, y crece al infinito como testigo vivo de episodios torales, a veces dramáticos, a veces sangrientos, de la historia de México. Así la batalla de Torreón, así los engranes de la Decena Trágica, así el ingreso de México a la Segunda Guerra Mundial. Secretario de Guerra y Marina en el gobierno del presidente Venustiano Carranza, al asesinato de éste sale al destierro en España. Seis años de ausencia que corta abruptamente una sentencia absolutoria de la Suprema Cortes de Justicia. Y el emotivo regreso al país con medallas de lealtad, destreza de escritor y perfil de humanista.

El militar que no quería ya serlo, obteniendo licencia indefinida bajo la firma del presidente Lázaro Cárdenas, pero al que el amor al uniforme vuelve a convocarlo, para aterrizar primero como comandante de la guarnición de Ciudad Juárez, para más tarde asumir la jefatura del Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa Nacional, para alcanzar la titularidad de ésta y, en paralelo, a título de credencial, el grado de General de División.

No es solo el hecho, la epopeya, la gesta. Es el lenguaje del México real. Es la encarnación, libro a libro, de personajes sin soslayo de crueldades, anhelos, sueños y desgracias. El pueblo sin ropajes.

SOLDADO SÍ, TAMBIÉN SOÑADOR

Como miles, leímos “Tropa Vieja”, la tercera novela del general Urquizo, merced a los Populibros La Prensa. Cinco pesos por primera fila en el desfile de vicisitudes del campesino soldado, que no soldado-campesino, Espiridión Cifuentes. La obsesión de una boda con estación en un jacal de los más pobres en lo espeso de la sierra. El latido acelerado a la vista de la Chata Micaela, aunque al fin el matrimonio llegara de la mano con la Juana.

El laureado poeta José Emilio Pacheco decía que los personajes de Urquizo tenían forma de antihéroes y portaban pancartas antibélicas. Soldado sí, pero también soñador. Pero también pueblo, pero también compañero.

Receptor en 1967 de la medalla Belisario Domínguez, el general Urquizo fundó el Instituto Nacional de Historia de la Revolución Mexicana, a cuyo acervo enriquecería con varios de sus libros, así, “Memorias de Campaña”.

No fue solo la revolución, el Cuartelazo, la caravana en traslado del gobierno federal del Palacio Nacional a Veracruz, cruzando Puebla, a las órdenes del presidente Carranza. También la guerra mundial. Tiempos aciagos: los tentáculos bélicos de Adolfo Hitler hunden barcos petroleros mexicanos con proa a los Estados Unidos en provocación indigna. Y la dignidad nacional se apresta a la guerra con el Escuadrón 201, cuyo valor de sus integrantes se testimonió en Filipinas. Y, en previsión de reservas, el general Urquizo crea el Servicio Militar obligatorio.

Cuatro expresidentes al lado del de entonces, Manuel Ávila Camacho, integran a pleno zócalo, a todo pueblo, la tribuna de honor para la señal de salida del pendón nacional.

El que fuera soldado de levita, de esos de caballería, sería nombrado por el presidente Miguel Alemán comandante de la Legión de Honor Mexicana.

El militar de larga carrera, pesado expediente y decenas de medallas murió en la Ciudad de México el 6 de abril de 1969. El escritor de 34 libros con patente de imprescindibles para entender la historia del México revolucionario sigue vivo.

Quien no lo crea, que le pregunte a Espiridión Cifuentes.