Armas – Revista Militar

Psicología del Enemigo Interno

Por: Dra. Marilú Carrillo. Médico Cirujano, Piloto Aviador y Conferencista Internacional.

No todos los enemigos se presentan con rostro, uniforme o bandera. Algunos operan desde dentro, camuflados entre pensamientos cotidianos, rutinas aparentemente inofensivas y decisiones postergadas. El enemigo interno es el más sofisticado de todos, conoce nuestras debilidades, habla nuestro idioma emocional y ataca justo donde duele.

Lo más inquietante es que, en la mayoría de los casos, lo dejamos actuar con nuestro permiso.

Desde la psicología, estos enemigos no son entes abstractos, sino configuraciones mentales que son patrones de pensamiento, hábitos emocionales y mecanismos inconscientes que sabotean el bienestar, el avance y la realización de los propios objetivos.

Autosabotaje

El más frecuente es el autosabotaje, una forma de autointerferencia que, lejos de ser un simple error, es un sistema bien articulado de frenos internos que se activa en momentos cruciales.

Quien ha sentido miedo al éxito. El temor no es a fracasar, sino a brillar, a ser visto, a sostener el peso de lo que siempre se pensó. Se posterga un proyecto, se evita una conversación, se deja pasar una oportunidad. Se hace con argumentos lógicos “no es el momento”, “debo prepararme más”, “seguro alguien ya lo hizo mejor”. Pero detrás de esas justificaciones habita el miedo a transformarse y a tener responsabilidad de lo que sucede en nuestra vida. Siempre se culpa a todos antes de observar la responsabilidad real global interna, la que direcciona.

Procrastinación

La procrastinación, habitualmente malinterpretada como flojera, es en realidad un fenómeno de gran complejidad neuropsicológica. No se trata de desinterés, sino de activación ansiosa. El cerebro, al percibir una tarea como emocionalmente riesgosa, por ejemplo, aquella que involucra juicio, visibilidad o posibilidad de fracaso, emite una señal de alerta, el mecanismo de escape, en apariencia inofensivo, es postergar.

Esa postergación activa un pequeño alivio momentáneo, “lo haré más tarde”. El sistema nervioso se relaja… pero sólo por un instante. Luego vendrá la culpa, la autocrítica y el refuerzo de la idea de “no soy capaz”. Y así, el ciclo se repite, afectando la autoestima, la eficacia y la percepción de autonomía.

Perfeccionismo

El perfeccionismo, ese antiguo estandarte de la “disciplina” suele ser una forma socialmente aceptada de autocensura. En lugar de buscar calidad por creación genuina, se busca control por miedo a ser juzgado, a equivocarse, a no cumplir con un ideal externo que ha sido internalizado desde muy temprano.

El perfeccionista no actúa con libertad

Vive bajo el mandato invisible de “nunca es suficiente”. Cada logro no es celebrado, sino relativizado “Sí, pero pude haberlo hecho mejor”. Este patrón, a la larga, agota la creatividad, sabotea la espontaneidad y destruye el placer por el proceso.

¿De dónde vienen estas fuerzas internas?

Generalmente, de la infancia. De esos sistemas afectivos en los que el cariño era condicional, el error era castigado y la validación dependía del rendimiento. En esos escenarios, el cerebro infantil aprende que es peligroso fallar. Que destacar puede traer consecuencias. Que no hacer nada es más seguro que hacer algo y equivocarse.

Así se gesta el pacto inconsciente “mejor no intento, así no arriesgo perder amor, pertenencia o valor”. Ese pacto no se firma con palabras, sino con experiencias. Y queda guardado como un código silencioso en la memoria emocional del individuo.

Cuando ese niño crece, lo hace con un traje de adulto, pero con programas internos infantiles aún activos. El resultado es un ser humano brillante, pero paralizado. Capaz, pero inseguro. Deseoso, pero bloqueado. Y muchas veces, ni siquiera entiende por qué.

Reescribir programas mentales

La buena noticia es que esos programas pueden reescribirse. El cerebro adulto tiene plasticidad. La conciencia tiene poder de reconfiguración. Y la vida, cuando se elige con intención, puede liberarse de los pactos antiguos.

Para eso hay que atreverse a mirar adentro. No con culpa, sino con introspección. No para culpar al pasado, sino para entender el presente, porque sólo quien reconoce sus mecanismos internos puede tomar decisiones que no estén dictadas por ellos.

La procrastinación, por ejemplo, no es simple pereza, es una respuesta compleja del sistema nervioso que evita tareas que activan ansiedad anticipatoria.

El perfeccionismo, otra trinchera mental, no busca excelencia, busca control, evitar el juicio, el error, el rechazo. Y así, una persona puede pasar años preparándose eternamente sin ejecutar nada, bajo la apariencia de disciplina cuando en realidad está paralizada por la exigencia.

Estas fuerzas internas suelen originarse en vivencias tempranas. Modelos educativos que castigaban el error, entornos afectivos impredecibles que hacían del logro una amenaza, o experiencias donde ser visible trajo consecuencias negativas. Con el tiempo, el cerebro aprende que es “más seguro no intentar”. Y en ese pacto inconsciente por evitar el dolor, se sacrifica la posibilidad del crecimiento.

En el ámbito civil, donde la competencia, la presión social y la cultura del rendimiento se intensifican, el conflicto interno encuentra terreno fértil. Es ahí donde la psicología se vuelve aliada estratégica no solo para comprender, sino para transformar. El objetivo no es eliminar la vulnerabilidad, eso sería deshumanizante, sino aprender a gestionarla con inteligencia emocional.

Perfiles del enemigo interno

¿Quién te habita cuando nadie te ve?

El impostor silencioso

Vive convencido de que sus logros son casualidades o favores del destino. Se presenta competente, pero por dentro sufre con la idea de no ser “suficiente” o de “ser descubierto”. Tiene títulos, pero no paz. Cada éxito refuerza su ansiedad.

Frase interna: “Algún día se darán cuenta de que no soy tan bueno.” Reeducación: Reconociendo el mérito como parte legítima de tu identidad. Aceptando que brillar no es soberbia, es higiene emocional.

El leal al pasado

Se quedó atado a una versión de sí mismo que ya venció su ciclo. Defiende antiguos valores, roles o heridas como si fueran parte de su identidad. Evolucionar le parece traicionar algo o a alguien.

Frase interna: “Si cambio, ya no seré yo.” Reeducación: Reconociendo que evolucionar no es traicionarme, es actualizar mi verdad.

Honrándome en presente, sin quedarme secuestrado por versiones caducas de mi mismo.

El obediente crónico

Tiene dificultad para decir “no”, poner límites o mostrarse tal como es. Vive en función de expectativas externas. Su paz depende de que todos estén satisfechos, menos él.

Frase interna: “No quiero decepcionar a nadie.”

Reeducación: Eligiéndome sin culpa, aunque eso implique incomodar a otros. Asumiendo que priorizar mi bienestar es ejercer responsabilidad afectiva conmigo mismo.

El castigador emocional

Todo avance propio lo cobra con culpa. Si se da un gusto, lo compensa con autocastigo. Si algo le sale bien, se siente incómodo. Hay una asociación inconsciente entre placer y peligro.

Frase interna: “No debería sentirme tan bien.”

Reeducación: Permitiéndome disfrutar sin pedir permiso a mi pasado. Habitando el bienestar como derecho, no como deuda.

El hiperproductivo ansioso

No puede detenerse. Siente que si frena, cae. Llena su agenda para no escuchar el vacío. La acción constante es su anestesia emocional. Su enemigo interno le exige resultados, pero nunca lo deja celebrar.

Frase interna: “Si no hago algo útil, no valgo.”

Reeducación: Separa tu valor de tu productividad.

Elige accionar desde el sentido, no desde la carencia.

Claves para desactivar reprogramación interna

Nombrar el patrón. Lo que se nombra deja de tener poder oculto. Observar sin juicio. Ver el mecanismo sin culparse lo neutraliza. Identificar el origen. Toda trampa emocional tiene una raíz. Reeducar la voz interna. Cambiar el diálogo mental transforma la percepción. Reforzar lo saludable. Lo que se practica, se fortalece.

Aplicar pequeños actos valientes. Cada decisión consciente desmantela el miedo. Permitir el placer sin culpa. El bienestar sostenido también es medicina. Trazar objetivos amables. La disciplina sana no exige… guía. Elegir avanzar, aunque sea lento. El movimiento verdadero no necesita velocidad, necesita intención.

Estos perfiles internos no son enfermedades.

No son fallas de carácter. Son adaptaciones que alguna vez sirvieron, pero que hoy limitan. Son estructuras psicológicas que se construyeron para sobrevivir a entornos exigentes, caóticos o poco amorosos. Como médico, le aseguro:

Todo lo que ha sido aprendido, puede ser reentrenado.

La neurociencia nos confirma que el cerebro es plástico. Que las rutas de pensamiento pueden modificarse. Que las emociones no son sentencias, sino señales. Cualquier persona puede desarrollar herramientas nuevas para vivir sin ser prisionera de sus antiguos mecanismos.

Así que si te sentiste reflejado en estas líneas, no es una condena. Es una oportunidad… Porque lo que no se nombra, te controla, Pero lo que se nombra… puede comenzar a sanar.